Por un problema que no viene al caso, hay obras en el apartamento en el que vivo. En el suelo -donde deben estar- encontré el otro día varias hojas de El Nacional, y tomé una de ellas distraídamente para leerla. El artículo trataba de sexo, más en concreto del cunnilingus, es decir el sexo oral practicado a una mujer. Lo leí desprevenidamente, creyendo -oh iluso- que no me encontraría nada propio de la clásica línea editorial disociada de Miguel Henrique Otero. Me equivoqué. Después de una serie de explicaciones sobre la práctica sexual mencionada, en la cual el uso de la lengua es imprescindible, me encontré la siguiente perla:
Cierto. Hay quienes la utilizan para insultar y hablar pistoladas en cadenas televisivas, pero los más privilegiados saben que la lengua representa (...) un instrumento infalible para brindar y alcanzar placer.¿Cómo la ven? ¿Qué nivel de obsesión disociada tiene una persona que cuando se habla de sexo se acuerda de las alocuciones televisivas del Presidente de la República? Pueden estar seguros de que la mujer más chavista del mundo no se acuerda de Chávez cuando el tema de conversación es el sexo oral. Entonces, ¿qué extraño mecanismo psicológico lleva a una sexóloga opositora a mencionar al Primer Mandatario en un artículo sobre sexo oral? ¿Fijación? ¿Obsesión? ¿Manía persecutoria? ¿Locura común y silvestre? ¿Todas las anteriores?
Lo curioso es que este tipo de conductas son comunes en muchos opositores en las más diversas circunstancias. Viven pensando en el Presidente: camino del trabajo, en el trabajo, en el almuerzo, de regreso a casa, en la casa, solos, con la familia, de vacaciones y probablemente -está difícil comprobarlo- hasta en coma.
En el fondo los comprendo, pobres desgraciados. Si yo pensara en el Presidente en todos y cada uno de los instantes de mi vida, en toda ocasión y momento, ante cualquier comentario o situación, tal y como hacen ellos, seguramente también lo odiaría.