domingo, octubre 22, 2006

¿Voto o Identidad?

Resulta impresionante la labor que ejercen los medios de comunicación oposicionistas venezolanos. Con la total libertad de expresión con la que cuentan -les cuenten lo que les cuenten- han conseguido incubar un odio irracional al presidente Chávez en buena parte de sus compatriotas. No se trata de que a todo el mundo tenga que gustarle el presidente, ni que haya que estar de acuerdo en todo o en parte con él, se trata de que estos medios irresponsables promueven la idea de que Chávez es un dictador, que crea inestabilidad en la zona, que divide a los venezolanos, que es el responsable principal y único de todos y cada uno de los males del país... en fin, que cualquier cosa es mejor que Chávez y, para salir de él, toda estrategia o persona es válida.

En este caso, eligieron a Manuel Rosales, gobernador del Estado Zulia, el más rico y petrolero del país para confrontarlo en las próximas y cercanas elecciones. Este candidato ha ofrecido entre otras cosas, una tarjeta de débito llamada Mi Negra (sic) con la que promete dar una asignación de 300-500 US$ mensuales a los venezolanos más pobres. A cambio de nada... o bueno, sí, de su voto. No les extrañe no saber nada de esto si no viven en Venezuela: fuera del país les seguirán contando que Chávez es el candidato "populista" y, cualquiera que se le enfrente, el "de consenso". Si el presidente hubiera prometido una idea como ésa... ¿no sería seguro que habría sido utilizada en el exterior para demostrar indiscutiblemente el populismo demagogo del gobierno bolivariano? ¡Escuchen todos, al gorila rojo le ha dado ahora por regalar dinero a los pobres y descamisados! ¡Qué demagogia desvergonzada! ¡Qué búsqueda amoral y desesperada del voto! Si todavía dudan de esta cínica "conveniencia informativa", piensen lo siguiente: si Chávez hubiera dicho en alguna de sus alocuciones que el matrimonio homosexual es "una aberración"... ¿se habría sabido esto fuera de las fronteras venezolanas? Sin duda. ¡Habría sido un escándalo, sobre todo en círculos "progresistas"! Demagogo, populista, antisemita, y encima, ¡homofóbico, como todo militar! Pero no fue Chávez quien lo dijo: fue su principal rival político de cara a las elecciones de diciembre, Manuel Rosales. Y es aquí donde quiero incidir sobre la maquiavélica labor llevada a cabo por los medios de comunicación privados venezolanos.

Conozco varios venezolanos homosexuales, de distintas tendencias políticas. No coincido en el análisis simplista de que los homosexuales suelen (o "deben") tener ideas políticas progresistas. Hay homosexuales de izquierda, centro o derecha, como hay negros, blancos, mujeres, banqueros o panaderos de toda tendencia. Y así debe ser. Pero tampoco puedo entender (y pocos podrán hacerlo) que haya homosexuales venezolanos que apoyen entusiastas al candidato Manuel Rosales, aún conociendo esas declaraciones en las que afirma que la unión homosexual es "aberrante", y de las que nunca se ha retractado. ¿Votaría un negro, por mucho que coincida con la visión de país, la política social o económica, a un candidato que dijera que los negros "debieran volver a África"? Seguro que no. ¿Apoyaría un escocés, por mucho que apruebe la gestión laboral o las medidas educativas, a un candidato que dijera que los escoceses "son borrachos y peleones"? Tampoco. Porque nuestra identidad -ya sea racial, religiosa, nacional, idiomática, sexual- lo es todo. ¿Cómo podría yo apoyar a un candidato que dice que lo que siento por la persona que amo es una aberración? ¿Es posible que una estrategia mediática inmoral, continua, avasalladora, consiga que los votantes se vuelvan contra sí mismos, que pisoteen lo más sagrado que hay en cada uno, es decir la conciencia de lo que somos y nos caracteriza frente a los demás? Los medios venezolanos privados -privados de ética- lo han logrado parcialmente; en su "salir de Chávez" a toda costa, en su mántrica repetición de que el gobierno venezolano es un "régimen autoritario", en sus dosis venenosas en forma de asépticos programas de opinión y entretenimiento, han conseguido lo imposible: que una parte de la población nacional -afortunadamente minoritaria- haya aprendido a anteponer el voto a su propia identidad.

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