domingo, septiembre 16, 2012

LA INGENUIDAD DE JUAN CARLOS CALDERA

Cuando Juan Carlos Caldera acudió al lugar acordado con Luis Peña, asistente del empresario Wilmer Ruperti, no se sorprendió de que le pidieran que se sentara en un sofá en el que colgaba un papel con su propio nombre escrito. Al fin y al cabo, los grandes empresarios son personas muy organizadas.

Tampoco le pareció extraño que, una vez sentado, una mujer se acercara a él con un kit de maquillaje y le retocara el rostro con polvos “para quitar el brillo”. Los auténticos emprendedores saben que el aspecto personal cuenta, y mucho.

Asimismo, no le llamó demasiado la atención que unos operarios entraran con trípodes y equipos profesionales de luces para iluminar la sala; de todos es sabido que los hombres de negocios prefieren tratar sus asuntos bajo una claridad tan prístina como la luz del día.

Ni le pareció en absoluto fuera de lugar que un sonidista le solicitara que repitiera “un dos tres, un dos tres, probando, probando” varias veces: en temas de negocios la voz debe sonar nítida y fuerte, para que se escuche bien claro lo que se dice.

Tampoco notó nada raro cuando le pidieron que volviera a tomar el sobre con el dinero, “porque la primera toma había salido mala”. Después de todo, no se hacen muchas preguntas cuando un empresario filantrópico te está regalando varios miles de bolívares y te promete que pronto habrá más.

Ni siquiera cuando se despedía de sus anfitriones le prestó demasiada atención a la unidad móvil estacionada frente a la edificación que acababa de abandonar, y de la cual salían cables que a través de la ventana conectaban la unidad móvil con la habitación en la que tuvo lugar el encuentro. ¿Por qué reparar en un vehículo rebosante de equipo audiovisual con varios operarios manipulándolo, cuando precisamente ese es el ramo de negocios de su benefactor, Wilmer Ruperti?

Pero lo que nunca se imaginó Juan Carlos Caldera, lo que nunca le pasó por la mente, lo que todavía hoy en día no puede creerse, es que lo estuvieran grabando.

Porque al fin y al cabo, los empresarios son gente honrada... ¿no?